Los muros de las prisiones

Los muros de las prisiones, aparte de evitar que los presos huyan, sirven sobre todo para que nadie vea lo que sucede tras ellos

(Xosé Tarrío)

La Plaza de Xosé Tarrío (Madrid)

Hace 12 años, siendo el cuarto aniversario de la muerte del interno Xosé Tarrío, autor de la frase que encabeza este artículo, familiares, compañeros y amigos suyos organizaron un pequeño acto de homenaje en una plaza de Lavapiés. La «bautizaron» con su nombre, Plaza de Xosé Tarrío, y lo colocaron sobre una placa de azulejos. Esta nueva denominación del lugar no existe para el Ayuntamiento, pero sí para los vecinos y para Google maps. Tanto aquellos azulejos como las distintas placas que sucesivamente fueron instalando se han ido retirando, una tras otra, por los operarios municipales.

Xosé Tarrío entró en prisión con una condena de dos años y medio, por delitos comunes y acabó 17 años encarcelado. Murió supuestamente de SIDA, enfermedad que contrajo en prisión, y de la que denuncian no se le trató ni diagnosticó convenientemente.

La hipocresía de la rehabilitación carcelaria

A través del libro Huye hombre, huye. Diario de un preso FIES, traducido a cinco idiomas, Tarrío narró la «hipocresía de la rehabilitación carcelaria», así como la necesaria complicidad, consciente o inconsciente, por parte de la sociedad. Expuso con precisión las torturas y malos tratos que afirmaba haber sufrido en prisión, así como el funcionamiento de los llamados FIES (Ficheros de Internos de Especial Seguimiento), la «cárcel dentro de la cárcel», un sistema de seguimiento y control a presos especiales, o considerados singularmente peligrosos.

Quienes lo siguen homenajeando cada año escribían recientemente que esta ciudad, Madrid, es la misma que sacó las prisiones de los barrios para romper los lazos y la solidaridad entre las personas presas, las familias y los vecindarios, para intentar anular las luchas anticarcelarias dentro y fuera de los muros, como la de las «Madres contra la droga» de Madrid. Es la misma idea de ciudad que demolió la cárcel de Carabanchel, no para liberar a los encerrados, sino para trasladar el encierro allá donde fuera invisible y donde la tortura pudiera continuar realizándose de manera «higiénica», sin ensuciar la megalópolis, castigando, de paso, a la gente que se ve obligada a recorrer largas distancias para seguir visitando a sus presos.

La auténtica condena es el olvido

Afirma Laura Delgado Carrillo, abogada penitenciarista, activista y docente, que «la auténtica condena es el abandono y el olvido». Es una de las últimas frases de su libro «Libertad condicional. Revisión crítica y propuestas de mejora desde un enfoque restaurativo y europeísta«, que ha tenido el enorme detalle de enviarme este verano, repleto de cariño y de verdad.

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Me encuentro plenamente en sintonía con Laura cuando afirma:

Si queremos avanzar en la implementación de métodos restaurativos –o si al menos queremos que los discursos del populismo punitivo dejen de repercutir en el diseño de las políticas penitenciarias–, debemos invertir mayores recursos en pedagogía. No puede haber tanto desconocimiento sobre una institución que afecta, ha afectado y va a afectar a tantas personas, por lo que es preciso educar más y mejor –empezando especialmente por quienes más opinión pública generan, esto es, representantes políticos, administración pública765 y medios de comunicación–.

La cárcel no ha de ser una suerte de muerte civil; nadie está libre de poder acabar en ella. Es preciso romper los tabúes que existen acerca de la misma. El miedo generalizado hacia los presos –generalmente percibidos como bárbaros, monstruos y psicópatas, pero no como personas normales– es síntoma del desconocimiento.

Las personas creen que las prisiones que aparecen en las series televisivas son fieles a la realidad –tanto, que hasta creen que los reclusos van uniformados– (ignorancia, desconocimiento). En todos los grupos hay alguien que, o bien tiene o ha tenido a algún familiar o allegado en prisión, o bien conoce a alguien que tiene o ha tenido a algún familiar o allegado en prisión (la prisión llega a todas partes). Cuando alguien del grupo tiene o ha tenido a algún familiar o allegado en prisión, nadie a su alrededor tiene conocimiento de ello hasta ese momento (estigma, tabú).

Mientras las prisiones sigan siendo ese gran desconocido, el odio seguirá campando a sus anchas: nada como la educación para combatir lo que solo es ignorancia. Hasta entonces, en cualquier caso, Concepción Arenal tenía razón al sostener que lo peor que podía pasar es que nadie visitara las prisiones.

Podéis saber un poco más sobre Laura visitando su blog, Abogacía en prisiones, donde deja bien claro aquello que sabe perfectamente cualquier persona que haya estado o trabajado en una prisión:

Lejos de servir a la reinserción, el sistema penitenciario actual puede ocasionar más daños que los que causa el propio delito.

Gracias, Laura, por tu compromiso y por tu dedicación sincera a ese gran desconocido que es el mundo de las prisiones. Esperamos leerte pronto en este blog.